Hoy tengo una invitación para ti...
Cuando joven, siempre sentí una afinidad hacía los niños. Siempre quise ser madre. Me llamaba la atención porque eran bellos, por supuesto, pero sobre todo su pureza. Me sentí segura con los niños y confié en su honestidad y buenas intenciones. Y aunque era joven, me sentía maternal con ellos. De hecho, desde que tengo memoria, todo lo que quería ser era madre. Fantaseaba con ser mamá y llevaba pequeñas Barbies en los bolsillos. Hacía ropa diminuta para ellos mientras los cuidaba y protegía.
Los niños eran y siguen siendo mi tipo de persona favorita. Siempre he creído en su capacidad innata para hacer del mundo un lugar mejor simplemente existiendo y siempre he buscado crear un espacio seguro donde puedan experimentar el amor incondicional.
Como adulto me podían encontrar en eventos familiares con los niños en el piso haciendo manualidades para el Día de Acción de Gracias o cantando una canción. Este era mi lugar favorito para estar.
Un poco puede ser igual a mucho
Cuando hice la obra misionera en México, me impresionó mucho su alegría. No tenían mucho en términos de bienes materiales y dinero, pero eran muy felices.
Un espacio abierto junto a un edificio abandonado era un campo de fútbol. Una gran caja de cartón era un hogar. Este era un amor que no sabía nada acerca de la ganancia material. No se trataba de cosas. Se trataba de personas; sobre las experiencias adquiridas con las personas.
No hay nada que se compare con el amor de un niño. Un niño ama sin excusa ni necesidad...simplemente ama. Perdonan sin largas conversaciones sobre quién tenía razón y quién no. Perdonan sin flores ni canción. La verdadera naturaleza de un niño es aceptarte tal como eres. No necesitan saber mucho sobre ti. No se dejan influenciar por tu título, clase social o fama. Ellos simplemente te aman.
Ser recipiente de dicho amor es una alegría invaluable y abundante que inspira la imaginación. ¡Los dinosaurios cobran vida! Los Avengers habitan en tu sala mientras salvas al pueblo de ruinas.
Recientemente, estaba cuidando a uno de mis amados y dulces niños que, con su tierna inocencia, me recordó la importancia de ser agradecido. Agradecidos por aquellos a quienes se nos ha dado la oportunidad de amar y ser amados. Me recordó el don de la seguridad que uno debe aportar a la vida de cada niño. Me recordó nuestra responsabilidad de brindar un espacio sagrado en el que los niños puedan ser escuchados porque, aunque pequeños, hablan el idioma del que podemos aprender...el idioma de los incondicionales; amor incondicional, perdón y alegría.
A través de los ojos de un niño
Como padres, a veces nos preocupamos tanto por enseñar que perdemos de vista el aprendizaje; hay mucho que podemos aprender de ellos. Pero debemos hacer una pausa para escuchar y ser partícipes activos de sus vidas observando todas las cosas a través de sus ojos. Debemos tomarnos el tiempo de saltar en el charco y no preocuparnos por el barro sino perdernos en su descubrimiento de las salpicaduras del agua. Amar como un niño es amar plena, entera y profundamente.
Cuando le pregunté a la madre, Kristin Bentley, qué le había enseñado su hija sobre el amor, respondió que había aprendido sobre un amor inquebrantable y paciente. Compartió que el amor de su hija la ha convertido en una mejor persona y que ahora quiere hacer del mundo un lugar más amoroso para su hija. La madre, Kelly Copps, respondió que sus hijos le han abierto los ojos para ver lo bueno en las personas y que ellos reflejan esa bondad. Luisa López, madre de dos niños pequeños, respondió que sus hijos le han enseñado que el amor es puro y anhela momentos compartidos, no cosas.
Aquí está la invitación. La invitación sin fecha ni caducidad.
La invitación a decir sí a la experiencia de la alegría, la risa y el perdón. La invitación a decir sí al juego, la diversión y la imaginación. La invitación a decir sí a ensuciarte los zapatos y los pantalones mientras saltas en charcos de barro y te agachas de la risa.
¡Sí! Esta es la invitación. Es simple pero profundo. Es libre y liberador. Es cierto y sanador. Amar como ama un niño, esta es la mayor de todas las invitaciones.
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